Alexis Pardillos.
Fuentes: SINC, Nature
Oase 1, Imagen: Svante Pääbo, Max
Planck Institute for Evolutionary Anthropology / Nature
Últimos estudios sobre ADN del genoma humano, publicados en la revista Nature y realizados sobre restos hallados en febrero del año 2002, en Rumanía, revelan que uno de los individuos a los que pertenecían aquellos restos era un Homo sapiens descendiente de un Homo neanderthalensis, fruto del tan buscado eslabón, en los últimos tiempos, entre ambas especies.
Los restos, una mandíbula con una
datación de entre unos 35.000 y 40.500 años de antigüedad y un cráneo de otro individuo, fueron encontrados por
tres espeleólogos en la denominada cueva Peștera cu
Oase, y por ello denominados
Oase 1.
A medida que los sapiens, salidos
de África, se iban adaptando a la zona europea, tradicionalmente ocupada por
neandertales, hace unos 35.000 a 45.000 años, éstos últimos iban
desapareciendo. Pero hubo tiempo para un cruce racial, que ya se evidenciaba tras
los pasados hallazgos en nuestro mismo ADN, y he aquí su registro genético.
El estudio ha sido desarrollado
por el profesor David Reich, investigador en el Harvard Medical School (EE UU),
que lidera el trabajo junto al profesor Svante Pääbo y su equipo, del Max
Planck Institute for Evolutionary Anthropology, de Leipzig, Alemania, que sigue el rastro de ese 2 a 4% neandertal de ADN del que
en la actualidad se compone el
genoma humano de cada uno de los homo no africanos.
La muestra, Oase 1,
el fósil de homo sapiens moderno más antiguo encontrado en Europa hasta la
fecha, parece presentar una filiación neandertal en su genoma de entre un 6 y un 9,4%, muy
superior al de ningún registro analizado hasta la fecha.
Esto parece evidenciar que ese
individuo procedía de un cruce con un neandertal realizado en aproximadamente
una quinta o una sexta generación previa, unos 200 años antes de su propia existencia.
Así pues podríamos encontrarnos ante el bichozno o el pentanieto de aquel Homo
neanderthalensis que se fundió con nuestra especie.
A pesar de que los análisis
revelan que la mandíbula presenta
mayores semejanzas genéticas con asiáticos del Este y con nativos americanos, su aportación de ADN
neandertal en nuestro genoma parece innegable, cuya mezcla además potenció e
instauró nuevas defensas en nuestro
organismo.
Efectivamente no fue negativa
para aquellos primeros hombres modernos ni para los actuales, no envileció la
especie humana si no que, tal y como propuso un estudio de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidadde Stanford, al contrario, aquella mezcla fortaleció nuestro sistema inmunológico
introduciendo nuevas variantes de genes, entre ellos los HLA, que pasaron
a reconocer y destruir los nuevos patógenos con una variabilidad y
flexibilidad tal y como requería la rápida evolución de los propios virus. Es
por aquellos antígenos generados en todos los descendientes de aquella mezcla
que, por ejemplo, podemos reponernos rápidamente de un catarro, gozando, en
general la especie humana, de un excelente sistema inmunológico.